Gustavo Legórburu, el arquitecto como constructor

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El padre de Gustavo Legórburu era médico. Legórburu descendía, de hecho, de una familia cuya tradición era dedicarse a la medicina. Él rompió con la costumbre: veía una gota de sangre y se desmayaba. No podía ser médico, lo supo incluso antes de decidir a qué carrera le dedicaría su vida. Pero su juventud le trajo descubrimientos. Como su familia viajaba mucho, durante su adolescencia visitó diversos lugares. Fue por ese entonces cuando realizó un viaje familiar a Madrid y se enamoró perdidamente de los edificios de la capital española. Algo en él cambió para siempre.

Cuando le tocó decidir una carrera universitaria, ya lo sabía de antemano. Gustavo Legórburu debía ser arquitecto, por eso se matriculó en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela. Finalizó sus estudios en el año 1957, cuando la dictadura perejimenista aún no llegaba a su fin. Fue la promoción número 6. Con él solo se graduaron 5 personas, contándolo. Destaca su compañero de tesis y aliado en distintas obras, Américo Faillace. Recibió influencias de Carlos Raúl Villanueva y Tomás Sanabria, y se codeó con personajes como José Miguel Galia y Julián Ferr.

Habían muchas oportunidades para los jóvenes de aquel entonces. Tan pronto terminó su carrera, se embarcó en diferentes proyectos arquitectónicos. Fue cuando comenzó a vivir la arquitectura de verdad. Durante la construcción del Instituto Politécnico de Barquisimeto, aprendió aún más de su carrera. Ahí conoció a Héctor Silva, ingeniero experto en climatología, quien le enseñó la importancia de los factores climáticos en la construcción y cómo debe ser la arquitectura en el trópico. Idea que terminaría siendo un pilar en su propia obra y un aspecto importantísimo de su enseñanza.

El perfil del arquitecto

Para Gustavo Legórburu, es necesario que un arquitecto sepa de construcción, de la misma forma que un abogado sabe de leyes. De lo contrario, “el título (de arquitecto) no corresponde”. De acuerdo a Legórburu, el arquitecto olvida el clima y el medio, donde incluso la orientación del viento resulta indispensable. Es importante tener conciencia del espacio en el que se vive para que la construcción actúe como una consecuencia del medio.

En este sentido, argumentaba que no se puede pretender construir un Ateneo en Nueva York, porque las personas morirían de frío. De la misma manera, intentar copiar obras de países con condiciones climáticas completamente distintas carece de fundamento.

COMO DECÍA UN PROFESOR: LA DIFERENCIA DE UN ARQUITECTO CON UN DIBUJANTE ES QUE EL ARQUITECTO CREE QUE SABE CONSTRUIR..

Al arquitecto venezolano también le llamaba la atención cómo se diseña o qué te lleva a dar los primeros trazos de un plano. Es por eso que creía en la observación como método de aprendizaje. De hecho, le recomendaba a sus estudiantes ver mucho. Sobre todo ver y analizar obras. Mientras más imágenes tienes en la mente, te nutres mejor.

“El que más imágenes tiene de obras de arquitectura, es el que más puede tener imágenes para reproducir. En el fondo, lo que haces es copiar o, mejor dicho, mezclar imágenes de obras. De esa síntesis salen tus ideas, de lo que más ha impactado a tu sensibilidad. (…) La mezcla de imágenes es fundamental”.

Crédito: Richard Torres
Crédito: Richard Torres

Gustavo Lergórburu nació en Caracas el 28 de septiembre de 1930. Fue responsable de obras como el Ateneo de Caracas, edificio Banco del Orinoco, el Centro de Atención Nutricional Infantil de Antímano, Biblioteca del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), el monumento Leañez, la Torre Herner y la planificación de la Universidad de Carabobo. Además, fue profesor de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo en la UCV. En 1989 fue galardonado con el Premio Nacional de Cultura, mención Arquitectura. Murió el 17 de julio de 2013, pero sus obras quedan para la posteridad.

Fuente: Registro Nacional Voz de los Creadores